Así vieron a Agustín/Agostinho
Castejón, S. J.
Leandro Konder. Comunista.
Nacido en 1936, es hijo de un comunista
histórico, Valerio Konder. Leandro es militante comunista desde los 14 años de
edad. Publicó 18 libros sobre el pensamiento de izquierdas. Fue
profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad PUC-Río, y de Historia
de las ideas en la UFF. Así
escribió Konder sobre Agostinho en 1992 (texto en castellano, no sé si en el original de Konder o
bien traducido por otra persona):
“Recientemente
(en enero de este año 1992), el Padre Agustín Castejón hizo una intervención
importante, en la Conferencia Interamericana de Educadores Católicos. En ella,
él decía que existían dos vertientes legitimas, respetables, en el movimiento
de actuación de los cristianos en la sociedad: Por una parte, los que están
empeñados en la lucha por los cambios políticos y socio—económicos capaces de
crear condiciones de vida más dignas para todos; por otro, los que viven con
desprendimiento, la dedicación a la caridad fraterna, sin que sientan necesidad
de discutir las implicaciones socio—políticas de sus actos, concentrándose en
los valores éticos y religiosos de la experiencia humana personal.
En las relaciones entre los
representantes más extremados de ambas vertientes -observaba nuestro autor- han
aparecido algunas formulaciones medio intolerantes. Cristianos socialmente
comprometidos andaban dando algunas señales de impaciencia en relación con los
otros cristianos, por ellos considerados “alienados”. Y aquellos que, teniendo
fe en Cristo, no se preocupan de desarrollar un análisis crítico de los
bastidores de la realidad política y social, andaban, a veces, criticando lo
que les parecía, en los otros, una peligrosa tendencia a negligenciar (sic) lo
específicamente religioso, disolviéndolo en combates terrenos.
Agustín Castejón, jesuita nacido en España y enraizado en
Brasil, identificado con las tendencias
llamadas “progresistas” en la Iglesia, advertía a sus compañeros de los
riesgos de incomprensión de cara a los demás: “Siempre hubo y habrá “santos” en cuyo horizonte de conciencia no
destaca la preocupación por analizar los bastidores de la realidad
política, social o económica. Y todo eso no los hace menos santos
Y concluía su advertencia a los
representantes del pensamiento cristiano políticamente comprometido: “No se abren los horizontes de las
personas por decreto, por discurso o por documentos proclamatorios”.
La mayor preocupación del inquieto jesuita, entretanto, era aquella que le venía de los sectores que, en el
interior de la Iglesia, manifiestan una
resistencia conservadora a la “opción preferencial por los pobres” y
tienden a imponer límites encajados a la búsqueda de caminos adecuados a la
corrección práctica de las injusticias sociales más alarmantes.
Apoyándose en su experiencia de trabajo pastoral realizado en la Comunidad
del Morro de Santa Marta, en Botafogo, Agustín sostenía su convicción de
que, exactamente ahora, cuando terminaron tantos sueños de democracia radical,
en la “esteira” de la crisis de los modelos socialistas, le corresponde a la Iglesia, más que nunca, preservar en su interior espacios para que se continúen expresando
los anhelos generosos de los cristianos dispuestos a descender a la arena de la
lucha política y a solidarizarse activamente con los movimientos populares.
Agustín temía que el “soplo de
vida” estimulado por el Vaticano ll, por Medellín y Puebla, lo estuviesen
ahogando. Su intervención en la CIEC alertaba contra un “viento frío de
recelo”, un reducto intimidado y entristecido, un refugio melancólico en la
conservación del orden.
La impresión de que estos
fenómenos estaban ocurriendo a su alrededor no empujaba a nuestro jesuita a
conclusiones pesimistas: él se mantenía
en reafirmar su “optimismo firme”, fundado en la fe en Dios y en un “reino
que surge y se manifiesta, al mismo tiempo, en el interior de las personas y en
la lucha por la transformación de las estructuras sociales de pecado”.
(Nota: aquí falta
texto)...Sociedades ideales, él sabía que cualesquiera o las Conservadoras
serían poco a poco neutralizadas por la movilización de las nuevas generaciones
populares, a través de iniciativas modestas pero valientes, en la lucha por la
justicia. Por eso, concluía: ”la utopía
está creciendo entre nosotros. Aunque no sea muy percibida”.
Infelizmente, Agustín Castejón, ya no podrá ver, personalmente, la concretización de aquello que él preveía: Él falleció el día 29 de octubre pasado. El legado de su esperanza, mientras tanto, fue recogido por numerosos amigos”
===================================================================
ECO (Revista del Morro Santa Marta; Río Janeiro). Noviembre de 1992.
En 1978 Agostinho comenzó a subir al Morro
de Santa Marta, junto a un grupo de jóvenes,
ex-alumnos del colegio San Ignacio y ya en la Universidad. Agostinho acompañaba
a esos jóvenes en pastoral universitaria y les asesoraba en el trabajo de
alfabetización de adultos desarrollado por el colegio San Ignacio en Ponsa.
(...) En el Morro, Agostinho utilizó la capillita Santa Marta, en el Pico, como
espacio de actuación pastoral. Al mismo tiempo, se unió a un grupo de jóvenes
de la favela (Itamar al frente) que había comenzado a editar un periódico del
morro, O ECO. El encuentro de esos dos grupos de jóvenes, los del morro y los
de la ciudad (“da rua”), con el fermento de la presencia de Agostinho, dio
origen a muchas cosas.
Al final del 78, Agostinho compró un
barraco allá a la mitad del morro, y pasó a ser un morador más de
éste; morador un tanto original, ya que también era
vicerrector académico de PUC (hasta 1980). En ese período inició y dio
continuidad al MUSP (Movimiento de
la Universidad al Servicio del Pueblo): el objetivo era hacer que las
actividades académicas, los profesores y los alumnos interesados de PUC/Río
respondiesen a los problemas y necesidades de las comunidades faveladas. Poco
después, con la realización de la primera colonia de fiestas de ECO, se inició
el GRUPO ECO. Formado por personas del morro, con la participación de algunos
jóvenes de la ciudad, el GRUPO ECO fue siempre “la casa” de Agostinho en el morro. En principio, muchas de las
reuniones eran hechas en el barraco de él, o en el barraco de Zé Diniz, la casa
de Itamar. Sería interminable enumerar las reuniones, los planes, los proyectos
que nacieron allí. Entre 1977 y 1981, Agostinho ejercía las siguientes funciones:
Profesor del Departamento de Educación de PUC,
Miembro de AEC/Río,
Coordinador de Aprendizajes de PUC/Río.
En Julio de 1981 fue elegido presidente de AEC Nacional, entonces con sede en Río de Janeiro. La
sede de la calle Martins Ferreira pasó a servir de base para muchas actividades
del grupo Eco, que entonces dirigía la Asociación de Moradores del Morro de
Santa Marta.
En 1982, la sede de AEC se trasladó a Brasilia. Entre 1982 y
1987, Agostinho asumía varios cargos de
alcance nacional:
Además de la presidencia de AEC hasta 1987, fue secretario
general de MEB, presidente de FASE, y en CNBB fue asesor del área de educación
y del sector de pastoral. En todos esos
años Agostinho no dejó el morro: como consultor de provincia, venía una vez
al mes a Río, y no dejaba de subir, celebrar en la capilla del Pico y estar
presente en las actividades y reuniones del grupo ECO. En 1988 volvió a Río
como socio del Provincial. Retomó entonces una presencia más continua en Santa
Marta.
La presencia de Agostinho en el morro significa mucho. Para los
vecinos de la favela en general, Agostinho
es “el Padre”, amigo cercano, siempre accesible, capaz de escuchar siempre y
hablar el mismo lenguaje de ellos, discreto y a la vez siempre dispuesto a
participar de todas las iniciativas que pudiesen beneficiar al morro (luz,
agua, cloacas, reconstrucción de chabolas, fiestas, ambulatorios, médico y un enorme etcétera...)
Para la gente que vive en el alto de la favela, donde queda la
capillita, era el padre que celebraba misa cada domingo, que bendecía las casas
y a la gente, que bautizaba los niños, que ayudaba a rezar, que animaba la
comunidad.
Para el grupo ECO, además de todo eso, era el “compañero”,
miembro del grupo de fundadores del grupo: cabezota,
divertido, con una increíble capacidad de meter a todos en danza, buen cocinero
y hacedor de “caipirinhas” (una bebida típica de Brasil)... Estaba siempre
cerca cuando alguien le necesitaba, oportuno, discreto y esencial. Era aquel
que no dejaba que el grupo perdiese el ánimo en los momentos duros. Era el que
sabía despertar en cada uno lo mejor que tenía para poner al servicio de los
demás. El que nunca perdía el sentido del humor. De una forma muy suya, era un
“maestro de vida”. Y era mucho de Vida en el
grupo y en cada uno de los que del grupo participan. En él era fácil y
grato descubrir un rostro nuevo y cercano de una Iglesia por veces un tanto
lejana de los más pobres.
============================================================================== JORNAL DA PUC (Universidad C. de
Río); noviembre de 1992. Agostinho Castejón, un
obrero de la fe al servicio de los pobres. (Traducción
del original al castellano: Antonio Castejón.Toño). La
comunidad PUC está de luto desde el día
29 de octubre pasado con la muerte del padre Agostinho Castejón García. S.J.,
Vice-Rector Académico en el período de 1978 a 1980. A pesar del poco tiempo que
permaneció en el cargo, el padre Agostinho marcó su presencia como una de las
personalidades más dinámicas e innovadoras que pasaron por esta Universidad. A
través de la creación del Movimiento de la Universidad al Servicio del Pueblo
(MUSP), concienció a profesores y alumnos de que la indagación y el trabajo
universitarios pueden contribuir a la solución de los problemas de los menos
favorecidos en nuestra sociedad. Agostinho Castejón murió a los 58 años, víctima de cáncer de estómago.
Ya enfermo, aunque sin conocer la gravedad de su estado, se fue a España, su
tierra natal, en visita a la familia –doce hermanos y numerosos sobrinos-.
Cuando la enfermedad fue finalmente diagnosticada, encontró en el cariño de los
suyos y en la profunda fe en Cristo la fuerza necesaria para hacer frente al
mal que le acometía. Pero la voluntad de retornar al Brasil nunca le
abandonó. A principios de octubre se
reunió de nuevo con los amigos hechos a lo largo de 32 años pasados aquí y, especialmente, con los moradores del Morro
Santa Marta, en Botafogo, con los cuales había desarrollado una intensa
actividad social y pastoral en los últimos catorce años. Hijo de una rica
familia de la ciudad de Oviedo, en la región de Asturias, Agostinho Castejón
tuvo el desprendimiento de abandonar el fausto de su condición social para abrazar la vida religiosa a los 18 años, en
1952, cuando ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús. “Su vida fue una lección de desapego de los
bienes materiales, de dedicación y amor a los pobres”, afirma el Director
del Departamento de Sociología y Política, padre Luis García de Sousa, S.J. En 1956 llegaba al Brasil, donde daría comienzo a una
formación académica de las más sólidas, que incluía los cursos de Filosofía
–hechos en la ciudad de Nova Friburgo, en el Estado de Río Janeiro-, de
Teología y del Doctorado en Educación, obtenido éste tras cuatro años pasados
en los EE.UU. De
vuelta al País, en 1966, ya ordenado sacerdote jesuita, pasó a ejercer la
función de profesor en el Colegio
Loyola, en Belo Horizonte, llegando posteriormente al cargo de Rector.
Paralelamente, realizaba actividades enfocadas a las comunidades necesitadas de
la ciudad. “Agostinho creía en la
transformación de la sociedad mediante la realización de trabajos de base”,
afirma la profesora Hedy Silva Ramos de Vasconcelos, del Departamento de
Educación. De la
capital minera, Agostinho Castejón se
trasladó, en 1978, a Río de Janeiro, donde asumió la Vice-Rectoría Académica de PUC, a instancias del entonces Rector,
Padre Joao MacDowell, S.J. Durante el tiempo que permaneció en el cargo hizo que la Universidad –en su gran
mayoría integrada por estudiantes de la élite brasileña- abriese sus horizontes
y se colocase abiertamente al servicio
de los socialmente menos privilegiados.
Con el apoyo del Rector, organizó el “Movimiento de la Universidad al Servicio del Pueblo”, que a través
de la CCESP (Coordinación Central de Aprendizajes Profesionales) –órgano que él
dirigiría tras dejar la Vice-Rectoría Académica- incentivó la entrega de los
alumnos en forma de servicios prestados a diversas favelas cariocas. Pero el
permanente compromiso con los pobres y el cariño por la gente simple de Santa
Marta –con la que ya venía trabajando desde su llegada a Río- hizo que Agostinho
Castejón fuese a vivir en uno de los barracos del morro, mientras seguía
trabajando en la PUC. De Río
pasó a ejercer importantes funciones eclesiales en Brasilia. Fue Presidente de
la Asociación de Educación Católica del Brasil (AEC), Subsecretario de Pastoral
de la Conferencia de Obispos del Brasil (CNBB), Secretario Nacional del
Movimiento de Educación de Base (MEB)... En 1988
fue llamado para el servicio de asistente
(“socio”) del Superior Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia de
Brasil Centro-Este, con sede en Río de Janeiro. Cuando dejó esta función,
recibió la misión de coordinar las obras sociales de la Provincia, tal como la
dirección del Centro Juan XXIII. En mayo
de este año el cáncer le impediría dar continuación a la dedicación de una vida
volcada al “servicio de la fe indisociable del compromiso con la justicia”,
precepto que la Compañía de Jesús asumió como su misión actual. En los 58 años en que permaneció entre nosotros
fueron un verdadero ejemplo de amor al prójimo y alabanza a Dios. Fue
suficiente para dejar plantada la semilla de un trabajo que no puede perecer
con él. Testimonio
de coraje.
Durante el tiempo en que estuvo en tratamiento médico en España,
Agostinho Castejón escribió diversas cartas a los amigos que había dejado en
Brasil. Leamos párrafos de algunas de éllas, en las que queda bien ilustrada su
actitud de coraje y profunda fe cristiana ante el cáncer: “¡No entiendo el por qué, pero
acepto la voluntad de Dios! Escribo esto con la mayor serenidad y sin ningún tipo de dramatización;
con la alegría de quien acepta una dimensión y un sentido más profundo y trascendente para la
vida” (Circular en febrero de 1992). “No piensen que es fácil decirse a uno mismo que es eso mismo lo que
usted tiene... Porque, como todo el mundo, hasta hoy, yo siempre pensé que eso
era cosa que daba a otros... Pedí a los médicos algunos días para digerir la
idea, el hecho... Operar es preciso... En verdad, no tengo miedo a la
cirugía... pero sí cierto respeto “(Circular de junio 1992). “Por lo
demás, yo me encuentro muy bien dispuesto y listo para lo que Dios quiera...
Espiritualmente estoy disponible para el próximo destino... sea el que sea”
(Carta a los superiores en julio de 1992). “Muy
agradecido a todos por el ánimo y las oraciones... Es muy bueno saber que los
amigos y amigas nos están ayudando a superar obstáculos en estas encrucijadas
de la vida” (Circular en julio de 1992). “¿Y,
entonces, las cosas están tan desesperadas? En manera alguna. Queda todo el
mundo desconocido de la fuerza de la naturaleza, de los misterios de la vida y
el inmenso espacio de la alegría de vivir y el enorme margen del milagro”
(Circular de septiembre de 1992). La voz
de quien quedó. “Agostinho
era una máquina de trabajo. Se dedicaba profundamente a cualquier tipo de
actividad con la que se comprometiese. Fuese con el vecindario de Santa Marta,
fuese en la subsecretaría general de la CNBB, su empeño siempre era el mismo”
(María Clara L. Bingemer, profesora del Departamento de Teología). “Él no
era dado a grandes gestos ostentosos ni a grandes discursos. También era muy
difícil escucharle diciendo “yo”; él
siempre decía “nosotros”. Pero una de las facetas más importantes en él era
su personalidad humana y su extrema
dedicación a los pobres del Brasil. Creo que la PUC debería dar su nombre a
alguna sección de la Universidad, como un medio de que él y su trabajo sean
recordados para siempre” (Carlos Plastino, profesor del Departamento de
Derecho). “Es
difícil hablar de Agostinho; difícil porque, como él mismo me enseñó, las
palabras son cortas y limitadas cuando es mucho lo que hay que decir: Agostinho fue la antítesis de la retórica.
Aparte de eso, una de las cosas que más impresionaban de él era una enorme
fuerza de humanidad que se traducía en su capacidad para relacionarse con las
más diferentes personas: el pueblo simple de Santa Marta, los intelectuales,
los políticos... todos sus amigos” (Margarida de Souza Neves, profesora del Departamento de Historia). “En Agostinho se daba una
combinación muy generosa de tradición cristiana con una inserción en los
movimientos populares y en los sectores más pobres de la sociedad. Él realizaba
esa fusión de una manera muy personal y feliz, con una integridad que
sensibilizaba a todos los que se aproximaban a él”. (Leandro Konder, Profesor
del Departamento de Educación). ==================================================================== Palabras del P. Francisco R. Romanelli, S.J., Padre
Provincial de los Jesuitas en Río. P. Agustín
Castejón 26.11.34
29.X.92 El rostro
macilento del P. Agustín, en los últimos días de su vida, y la caída del
cabello debido a la quimioterapia, acentuaban aún más sus grandes ojos, llenos
de fulgor. Esos Ojos con los cuales él buscaba, sorbía y comunicaba
vida. Su sonrisa permanente y su tranquilidad delante de
los retos y
dificultades incluso los de la enfermedad, dejaban la impresión de un hombre
siempre a bien con la vida. Su manera directa
de relacionarse con las personas o de enfrentar problemas y así mismo la
rapidez de sus decisiones hacían de él un hombre que cortaba atajos para vivir intensamente. ¿Será que
presentía que la suma de sus años llegaría a apenas cincuenta y ocho? A los 16 años se
hace jesuita y a los 22 parte para Brasil. Dos decisiones
mayores, la de esa disponibilidad radical de quien consagra a Dios su vida para
servir dónde y como sea más importante. Y como jesuita, en
el Brasil, él va a descubrir los dos grandes amores de su vida: la Iglesia y los pobres. Una vez terminada
la formación de Filosofía en Nova Friburgo, el Magisterio en el Colegio Loyola,
de Bello Horizonte, la Teología y una posgraduación en Pedagogía, en los
E.E.U.U., él inicia una misión como Educador. En el Colegio Loyola su presencia está marcada por el dinamismo,
creatividad y lucidez. Como Rector reforma el edificio, creando nuevos
espacios, reorganiza la enseñanza, constituye un buen cuadro de educadores y
profesores, promueve los estudios sociales, desde las series iniciales, en la línea
de la fe comprometida con la justicia y funda el curso nocturno confiándolo a
un equipo imbuido (comprometido) con una pedagogía libertadora. Al mismo
tiempo, incentiva la creación del curso social técnico en el barrio Lindeira,
cariñosamente llamado Escuela Tío Beijo. En Bello
Horizonte, como en los demás lugares por donde él pasó, Agustín plantó raíces
en la seriedad de su trabajo y en la profundidad de su amistad con tantas
personas. Amistad libre, que nunca le impedía partir, porque partir es necesario
para quien se comprometió en servir donde fuera más necesario. Luego, en seguida,
nosotros lo vemos en Río de Janeiro, teniendo como
misión primera el cargo de Vicerrector Académico de la
Pontificia. Si la coherencia
con sus principios trajo algunas dificultades y problemas en el ejercicio de
esa misión, va, por otro lado, a realizar la gratificante experiencia de vivir en el corazón de la favela Dona
(sic) Marta. De su barraca (chabola), siempre atento a todo y a todos,
Agustín se va a dejar impregnar y seducir por la cultura Do Morro. Ni le escapan las
reglas del juego del submundo del tráfico sobre las cuales escribe perspicaces
y deliciosas páginas evidentemente impublicables. Pero es sobre todo
el momento de sumergirse en el mundo de los pobres con sus riquezas y
carencias, donde estos conquistan definitivamente su corazón y su mente,
haciendo de él un jesuita que merecía la credibilidad al hablar
de pobreza. Y él conquista
el corazón, la amistad y la confianza de esos ampliamente numerosos moradores
del Morro Dona Marta que con cariño
y llenos de tristeza rodearon su cuerpo en el velatorio, en la misa y en su
entierro. Sabían que era un gran amigo que partía. De Río de Janeiro Agustín es
enviado a Brasilia. Es un tiempo de rica experiencia nacional y eclesial a
través de las misiones que sucesiva o conmutativamente desempeñó: Presidente de
la AEC (Asociación de Educación Católica); Subsecretario de Pastoral de la
CNBB, Secretario General de MEB (Movimiento de Educación de Base) y Superior de
la Comunidad Religiosa. Su presencia en la
AEC va a dejar su marca de dinamismo, eficiencia y trabajo participativo.
Visita exhaustivamente las secciones estatales, organizando seminarios y cursos
y creando palestras, impulsando la creación de varios núcleos en el interior de
los estados y, llevando su preocupación por los pobres, creando en la AEC el
sector de la educación popular. Da un nuevo impulso a la revista de Educación
de la AEC, organizando el Consejo Editorial y sistematizando su periodicidad. A través del MEB,
Agustín va a entrar más en contacto con la población desfavorecida en el
interior de ese otro Brasil del norte y del nordeste. Llamado a servir en la CNBB, pasa a
conocer a fondo los hombres y la realidad de la Iglesia en el Brasil. Con gran
desprendimiento y honestidad de su colaboración, colocando su inteligencia
rápida en captar posiciones, su gran capacidad de sistematización y síntesis,
su respeto al pluralismo de las ideas, su facilidad en orientar y su envidiable
resistencia para el trabajo enteramente al servicio de la entidad. Agustín colaboró
con CNBB en un momento rico de la Iglesia del Brasil, cuando en sus asambleas
eran tratados temas de gran relevancia, tanto para la vida interna de la
Iglesia como para la construcción de una sociedad marcada por los valores del
Evangelio. Él se sentía muy
en consonancia con lo que podríamos llamar espiritualidad de la Alegría y la
Esperanza, o sea, de una Iglesia que hace suyas “las alegrías y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres y
de los que sufren....”. Él tenía igualmente una percepción clara de la
importancia de la evangelización de la cultura y de las estructuras. Superior de la
Comunidad, Agustín es un hombre que une y acoge. Los jesuitas que pasaban por
Brasilia muchas veces pudieron experimentar las pizzas, tortillas, sopas u
otros ‘quitutes” que ese “eximio” cocinero se complacía en preparar. Para él
todo era motivo de fiesta. Enteramente
integrado en su medio, feliz en el trabajo que realiza y rodeado de muchas
amistades una vez más Agustín debe partir. Es convocado para el servicio
inmediato de la Provincia como Socio del Provincial. Yo buscaba en él un “a latere”, un interlocutor para
las cuestiones mayores de la provincia, un hombre que nos ayudase a crecer en
nuestra conciencia de formarnos un único cuerpo apostólico donde la ayuda mutua
fuese realidad, y, en especial, que nos favoreciese para dar pasos más
decididos en el desempeño de aquello que la Compañía de Jesús asumió como
misión hoy: el servicio de la fe indisociable del compromiso con la justicia. Este último
trabajo que venía siendo preparado con cuidado sólo pudo ser realizado en
parte. Dejando la función
de Socio, Agustín recibió la responsabilidad de coordinar las obras sociales de
la provincia y de ofrecer caminos para que en todas nuestras obras y
actividades apostólicas la “fe y justicia” ocupasen el primer lugar de nuestras
preocupaciones, al mismo tiempo que asumía la dirección del Centro Juan XXIII.
Partió a España lleno de proyectos y de sueños, pero... estos no formaban parte
de los proyectos de Dios En la convivencia,
mucho aprendí con Agustín, ese hombre libre y transparente, sin derecho ni
revés, que sentía un placer lúdico en el trabajo, profundamente humilde en la alegría de servir y en el respeto a las personas y a sus
ideas. Agustín tenía un
cariño especial por los hermanos Coadjutores y no escatimó sacrificios en la
preparación de la reunión de los hermanos de dos años atrás en Itaici, que fue
un verdadero éxito. A él se debe en gran parte el resultado de la Asamblea de
la provincia de este año. Aunque afectado por la enfermedad acompañó de cerca
todos los trabajos. Pero a él se debe sobre todo el nuevo Plan Apostólico,
hecho de manera tan participativa por toda la provincia. Discutió, cambió
ideas, participó, consiguió que el Plan fuese realmente de la provincia. Él se fue cuando
más necesitábamos de él. Pero partió dejando testimonio
(huella, herencia) de su pasión por la vida y dejando percibir
que el secreto de esa pasión era su profunda vida de fe. Su correspondencia de
los últimos meses relacionada con su enfermedad nos revela su secreto. En vísperas de la
primera operación dice que confía en el médico “que tiene la mano de Dios
guiando su mano”, pero que si ocurre un accidente quiere que sus órganos sean aprovechados en favor de alguna persona enferma que
no tenga recursos económicos para obtener órganos humanos. Y añade “escribo
hoy esto con la mayor serenidad y sin ningún tipo de dramatización, en la
alegría de quien acepta una dimensión y un sentido mucho más transcendental
para la vida”. A 29 de junio,
hablando de su cáncer, escribe: “no piensen que es fácil decirse a uno mismo,
que eso que uno tiene.... porque como todo el mundo, hasta hoy, yo siempre
pensé que eso era algo que les pasaba a los demás... Pedí a los médicos que me
dejaran digerir la idea, el hecho, para familiarizarme con el “mío” (barato
extraño) cosa extraña”. “Estoy hecho una basura en esa región.... en verdad no
tengo miedo de la cirugía.... un cierto respeto sí... En las manos de Dios para
lo que dé de sí y lo que venga”. A mediados de
julio escribe: “De mi parte procuro asumir la postura ignaciana de ‘no desear
más salud que enfermedad, vida larga que corta con la posible disponibilidad’ Por lo demás yo me encuentro muy bien
dispuesto (animoso) y preparado para lo que Dios quiera. Espiritualmente estoy
disponible para el próximo destino sea cual sea”. Ante la ineficacia
de las dos cirugías, de la quimioterapia y de la recrudencia del cáncer escribe
a 3 de septiembre: “¿Alternativas?; aparentemente no hay, a no ser el aceptar
la vida como es, asumir la enfermedad (y también esa noticia) como expresión de
la voluntad de Dios y hacer lo posible por vivir intensamente lo poquito que
queda al servicio de la misión. Evidentemente eso no significa intensificar la
cadena —hasta porque mi fuelle no da para mucha cosa— pero saborear cada
encuentro, cada gota de vida, cada expresión de fe y ayudar donde haya ocasión.
Pero, por otro lado yo siempre dije y digo que “estoy dispuesto a morir cuando
Dios quiera... pero sin prisa, porque la eternidad no se acaba...”. Por mis
cálculos faltaban por lo menos 20 ó 30 años como mínimo, aunque, no siendo muy
bueno en matemáticas, debo haberme equivocado en mis cuentas...” Entonces las
cosas están tan desesperadas así. De ninguna manera. Falta todo el mundo
desconocido de la fuerza de la naturaleza. De los misterios de la vida y el
inmenso espacio de la alegría de vivir y el margen enorme del milagro.” En la homilía de la bellísima concelebración de
cuerpo presente que presidió D. Luciano Mendes, conmovido reveló que
algunas horas antes de partir para Santo Domingo, habló de sus preocupaciones
por la Cuarta Conferencia Latinoamericana del Episcopado y que el P. Agustín
ofreció la vida por el éxito de la Conferencia. Embargado por la emoción D.
Luciano confesó que en las horas difíciles de los impases (intervalos) en su
oración, le recordaba a Dios el sufrimiento del P. Agustín: “Señor, el P. Agustín está como una vela
encendida consumiéndose, entregándose por esto que estamos haciendo. Por eso
tiene que salir bien”. Yo sé que Dios aceptó su
sufrimiento, porque estoy convencido de que de esta reunión va a salir un gran
bien para toda la Iglesia”. Coincidió su
fallecimiento con el día en que se clausuraba la Conferencia de Santo Domingo
el 29 de octubre. Fin de las palabras del P. Francisco R. Romanelli, S.J. PROVINCIAL
============================================================ Marta Margolles Castejón, sobrina de Agustín. Madrid, septiembre de
1992. Te irás.
Los médicos dicen que falta poco para que nos dejes. No. Apenas hemos
disfrutado de ti. No ha dado tiempo de aprender de tu vida de las cosas buenas
que has hecho en Brasil. No nos dejes. Necesitamos que nos enseñes a vivir.
Dios tiene que entender que queramos tenerte cerca. Qué fácil es vivir con
alguien que no haya hecho más que el bien en todas partes donde anduvo. Un buen
día decidiste dejar lo que tenías en Oviedo, harto de tantas cosas buenas y de
tanta comodidad, para ingresar en la orden de los padres jesuitas. Querías ser
misionero. Y lo conseguiste, te fuiste a Brasil a estar con los pobres. La
favela fue tu casa. Dejaste la calle Asturias, en pleno centro carbayón para
irte a vivir con 32 familias que vivían en el mismo antro iQué valor! ¡Qué poca
gente entiende el cambio! Rezaste a Dios con los pobres. Pediste por los
abuelos comiendo mazorcas de maíz.
Hiciste el bien cerca de los pobres, y eso es lo que ahora importa. Estás malo.
Estás malo y lo sabes. Los médicos dicen que falta poco para que nos dejes, y
yo pienso que en este tiempo nos has dado a todos una lección. Has escrito en
nuestros corazones la introducción al libro de la vida. Nos has enseñado tantas
cosas en este poco espacio de tiempo que ahora dejas en nuestras manos la labor
más importante, la escritura de las páginas
de ese gran libro que es la vida. Será difícil hacerlo si estás tan lejos. Será
difícil, pero sabemos que estarás ahí para indicarnos la puntuación y para que
corrijamos las faltas de ortografía. Sí. Sé que falta poco para que nos dejes,
y cuesta creerlo. Todos hemos aprendido mucho contigo tan cerca. Es extraño,
pero hace tiempo que tengo escrito este texto y jamás pensé que pudiera
rematarlo con esta despedida. Es una de las más tristes que jamás he vivido.
Pero me consuela caber que estarás de aquello por lo que tanto tiempo has
luchado. Sigue siempre cerca de nosotros.
Antonio Castejón. puxaeuskadi@gmail.com
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