Transcribo íntegro el cuento de Juan Antonio de Zunzunegui. Lo he copiado de “El Cielo y la Ría”, en edición crítica de Mª Pilar García Madrazo. Ver ZUNZUNEGUI, en su apartado IX Mi abuelo Miguel de Loredo, por Juan Antonio de Zunzunegui Loredo. Aquella mañana salí de Portugalete con mi madre para Bilbao, acompañándola a ir de compras. Era el comienzo del verano y la ría se ensortijaba de ruidos, a veces suaves y a veces taladrantes. El aire se poblaba de chimeneas humosas; de cascos sobranceros; de barcos atorados por el cauce; de trajín marinero, de oscuros tinglados sarpulleando las orillas. Era un rumor fabril y febril de colmena transverberando la ría; repicaban las remachadoras, sonaba cóncavo y seco el ruido de los cargaderos de mineral al vaciar sobre las bodegas ... A continuación el aire se teñía de un polvillo de hierro. Yo era un chavea de once años, había aprobado la preparatoria, el primer curso, y me gustaba ir con mi madre a Bilbao de compras cuando volvía del colegio en las vacaciones. La locomotora del tren de Portugalete pitaba petulante en los pasos a nivel. Yo lo miraba todo, por la ventanilla abierta, con mis ojos ávidos. -Madre, los compañeros del colegio usan en el verano cuello duro pequeño, casi todos, no esos grandes, de niño. -Eso será los que están de pantalón largo. -Sí, claro ... hace más hombre el cuello duro; ¿no le parece? -Sí, hace más hombre, pero ten paciencia ... , que hasta que termines el bachillerato no tienes por qué ponerte de pantalón largo. Yo me miré las desnudas conchas de las rodillas. -No tengas prisa, hijo ... , que todo se andará -me recomendó mi madre y me miró cariñosa y sonriente. Llegamos a Bilbao. En las tiendas todas las dependientas le preguntaban: -¿Es el único chico que tiene usted, doña Rosa? -Sí, el único con seis hermanas. Yo miraba petulante a las tenderas, como retándolas: "Aquí estoy yo" ... ¿qué pasa? -Basta que seas único entre seis mujeres para que trates de ser educado, cordial y atento con ellas ... , ¿me oyes?, y cortés con todo el mundo. -Sí, pero que no me quiñen y me den la lata ... , que las seis se han unido y están contra mí. .. y yo me tengo que defender. -Sin disputas, que son tus hermanas; cuando tengas algo con ellas, sin reñir ni enfadarte, ven a mí que yo te lo resolveré. Atravesábamos en ese momento el puente de Isabel II hacia el Arenal. Mi madre me dio la mano para cruzarlo. -Ven aquí, que eres un demonio. Entramos en una zapatería de la Plaza Nueva a comprarme unos zapatos. Me probé media tienda; ninguno me gustaba ni me estaba bien según yo. -Tú verás; pero vas a tener que ir descalzo ... o con los zapatos viejos y rotos. Mi madre salió de la zapatería irritada conmigo. Caminamos un rato por la plaza; pero, de repente, se le se le adulcinó la expresión del rostro. -Mira, hijo, en esta casa nací yo -y observó el portal con cariño-o En la planta baja y el sótano tenía tu abuelo un periódico, El Euskalduna, con el que defendía los Fueros. La casa era de los abuelos. De jefe de taller y regente de la imprenta estaba un señor muy atento, que trataba siempre de recomendar a tu abuelo paciencia en todo lo que escribía y trataba de publicar, y se llamaba el señor Echevarría, que, más adelante, cuando dejó de trabajar con tu abuelo, fundó ese periódico que se llama El Noticiero Bilbaíno. -¿Y qué son los Fueros? -Pues unos privilegios que tenían las provincias vascongadas en su vida administrativa y política, que no tenían las restantes provincias de España. -¿Y se los querían quitar? -Sí, y tu abuelo estaba contra los poderes centrales que se los querían derogar. -¿Qué es derogar? -Igual que quitar. Yo miré a mi madre muy seriecito. -Dime alguno de esos privilegios. -Pues verás, los mozos de aquí, cuando les llegaba la edad, no tenían que hacer el servicio militar. -iAnda qué bien! -Pero esa lucha en la que andaba metido tu abuelo con los artículos que escribía en su periódico, como eran artículos violentos, llenaba de multas y suspensiones a El Euskalduna y acabó minándole la salud y casi arruinándole. -El abuelo era muy listo, ¿verdad?, y hablaba y escribía muy bien ... ; era un gran orador y escritor. -Sí, pero de bien poco le sirvió, pues murió joven, con poco más de treinta y siete años y ... Se amustió la expresión de mi madre. -¡Eh!, no se ponga triste. Le tiré de una mano cariñoso. -¿Y usted quién cree que tenía razón, el abuelo Miguel o los señorones políticos de Madrid? - ¡Qué preguntas me haces! Se sonrió y me apretó contra su flanco. Permaneció un rato meditabunda. -Mira, en esa casa de enfrente estaba la Sociedad Bilbaína. -¿Y de qué era? -De recreo ... Es ésa que se levanta ahora donde estuvieron los Almacenes Amam, en la calle de la Estación. -¡Ah, sí! ... -Cuando seas mayor te haré socio de ella, a ver si te hartas de leer algún día. Tiene una gran biblioteca y recibe casi todos los periódicos nacionales y extranjeros, y muchas revistas. -Hábleme del abuelo, madre, cómo era; creo que una vez que pronunció un discurso muy elocuente en las Juntas Forales de Guernica ... , ¿no se dice así? -Sí, en las Juntas Forales. -... Le recibieron en el pueblo con arcos de triunfo y cohetes ... y le llevaron en hombros como a un torero hasta su casa ... ¿Él qué era, pues, en esas Juntas Forales? -Apoderado de Portugalete. -¿Y eso es como representante o diputado? -Sí, algo así. Por el retrato que hay en la sala de casa, sentado en una silla ... : tenía bigote y perilla y muy buena facha y pelo muy abundante y ensortijado. -Sí, tu tío Miguel tiene mucho de él. Yo miro a mi madre. -¿Y él qué carrera tenía? -Empezó siendo seminarista, con la pretensión de llegar a sacerdote. -Claro, conoció a la abuela Manuela, que creo que era muy guapa y ... -Sí, preciosa. -Pues gracias a la abuela Manuela estamos aquí usted y yo hablando de él. -Qué cosas se te ocurren, hijo. Mi madre se sonríe para dentro. -A usted le emocionará pasar por aquí y le llenará de recuerdos. Vuelve la cabeza y carraspea. -Bueno, espabila -me dice. -Otro día iremos a Manuel Bilbao ... ¿Por qué no vamos a sentarnos a una confite- ría y me cuentas cosas del abuelo? -Vamos primero a Manuel Bilbao, que quiero ver unas telas y cierra en seguida. Salimos de la Plaza y, a la izquierda, nos encontramos enfrente al viejo Instituto. Seguimos hasta el portal de Zamudio. Yo iba pensando en mi abuelo. -Anda, que vamos a perder el tren de la una. Yo iba roncero. -El tío Miguel es quien te puede contar más cosas del abuelo. Él tiene libros y papeles que hablan de él. Pero todo aquello del abuelo se me desvaneció y pasé el verano nadando y jugando al fútbol. En varios años perdí el recuerdo de mi casta y fui bachiller y estudiante en Madrid, cuando, en una librería de viejo, cayó en mis manos el tomo 25 de la Biblioteca Vascongada de Fermín Herrán. Barroeta Aldamar en el Senado 1864 Los Fueros y sus defensas Tomo VII Bilbao Impr. Y enc. de Andrés P. Cardenal, Banco de España, 3, interior 1898 La revelación de mi abuelo como orador fue en las Juntas de Guernica de 1864. En 1864 la villa de Portugalete envió como apoderados a las Juntas Generales de Guernica a don Juan Braulío Butrón y don Miguel de Loredo. Mi abuelo tenía entonces 26 años. Las Juntas comenzaron el 11 de julio y el 13 los apoderados de Deusto, Julián de Unzueta y Alejandro Rodríguez; los de Begoña, Pedro Menchaca e Hilarión de Urresti, y los de Portugalete, Juan Braulio Butrón y Miguel Loredo, presentaron una moción pidiendo un voto de gracia entusiasta y solemne a todos, absolutamente a todos, a los que tan digna e ilustremente han contribuido, ya sea con su palabra, ya por otro cualquier medio, al indudable triunfo de la santa causa foral... Ataques sobre todo sufrió la causa foral en el Senado de Madrid, por el senador andaluz Sánchez Silva. Fue entonces cuando mi abuelo se levantó a hablar para apoyar esta moción de gratitud y su elocuencia fogosa e intencionada, brillantísima y honda y electrizante, enfervorizó a toda la asamblea. Trueba dijo después del discurso de Loredo: "La villa de Portugalete ha alcanzado un gran triunfo so el árbol de Guernica, en la persona de su elocuente y noble hijo y apoderado don Miguel de Loredo, a quien debe un testimonio de gratitud tan expresivo como el que le ha tributado el Señorío congregado so el árbol de sus libertades." Escribe Fermín Herrán: "Dio lugar a que se abriese el cielo intelectual de Vizcaya para lucir la estrella más deslumbradora que en el arte de la elocuencia hemos tenido." El Irurabat (tres en una), periódico de Bilbao, abundaba en parecidos elogios. Fue su irrupción, su revelación como orador fulminante. Su éxito fue tan revelador y provocó tal entusiasmo, que, lo que jamás se había hecho, fue premiado en las Juntas, proponiéndole las nueve merindades de Vizcaya como premio formar parte de la Comisión de Fueros. Como así fue ... Recuerdo la emoción que yo sentí, siendo niño, al conocer Guernica y visitar la sala de juntas del Señorío y ver el escaño desde donde hablaba mi abuelo. ¿De dónde venía el apellido Loredo y cuál era su casta? A comienzos del siglo XVIII hay un Loredo médico de la Armada de Cádiz, según me contó mi madre. Tal vez pasaría a Portugal, donde el apellido Loredo se hace Louredo (sitio de laureles), hasta surgir por el norte de Santander. En Santander hay un pueblecito frente a la bahía. Y en las Encartaciones de Vizcaya otro: Loredo. En la iglesia parroquial de Portugalete está la partida bautismal de Miguel Jerónimo de Loredo y Rola, nacido a las tres y media de la mañana del día 30 de setiembre de 1838. Los padres eran el propietario y también notario eclesiástico don José María de Loredo, nacido en Santander, y la portugaluja doña Josefa de Rola. Los abuelos paternos, portugalujos los dos: don Pedro Antonio de Loredo y doña Josefa de Allende; y los maternos, vecinos de Portugalete, don Juan Bautista de Rola, natural de Sopelana, y doña María Ventura de Urueche, nacida en Lejona. Miguel tuvo seis hermanos, bautizados en la misma iglesia. Trifón, 1839; Francisca, 1843; Elisa Vicenta, 1845; Casilda, 1847; José María, 1850, y María Amparo, 1852. Las condiciones tribunicias de mi abuelo fueron extraordinarias. "El Castelar Portugalujo" le ha llamado Manuel Basas, comparando la revelación de mi abuelo en Guernica con la de Castelar en el Teatro Real de Madrid, en agosto de 1854. Su voz era penetrante, vibrante y sonora, de tono cálido, apasionado y encendido; el gesto y la presencia física nobles y desenvueltas. En aquellas Juntas famosas del 64, Loredo habló varias veces. El 16 de julio, el que iba a ser mi abuelo materno pronunció otro discurso en apoyo de la moción de homenaje a Egaña, Barrueta, Lersundi, ensalzando también al viejo don Pedro Novia de Salcedo, escritor del País. Otro discurso lo pronunció el día 24, en víspera del cierre de las Juntas; entonces habló en presencia del Corregidor y de Barroeta Aldamar, huésped entonces de Guernica. Después de este discurso de mi abuelo, habló Arrieta Mascarúa -abuelo del escritor y poeta Fernando de la Cuadra Salcedo- quien dijo de mi abuelo que era "una voz bisoña, llena de frescura, entusiasmo y lozanía". El éxito de Guernica fue abrumador y ello, sin duda, le animó y empujó en su deseo. El Ayuntamiento de Guernica le ofreció la noche memorable una serenata y una comparsa alegórica de nueve coronas de hojas de roble, símbolo de las nueve Merindades y le tributó un ofuscante homenaje, desde su alojamiento le acompañó en triunfo hasta la Casa de Juntas ... Y habló de nuevo, pues el pueblo no encontraba nunca el momento de que acabase de hablar. Subido sobre la mesa de actas, al pie del árbol de nuestras sacrosantas libertades, habló, sus palabras daban una nota noble y generosa de la abundancia de su corazón. Este enorme éxito tribunicio y político le animó y enfervorizó en su vocación política. Sus estudios humanísticos del Seminario le ayudaron a preparar y cursar rápidamente la carrera de Leyes en la Universidad de Oñate, donde obtuvo el título de abogado, el 28 de junio de 1870, a los 32 años, según consta en el título. Desde su revelación en la Juntas del 64, en Guernica, se dedicó con entusiasmo a defender la Causa Foral. Compró a Tiburcia de Astuy El Euskalduna y llevó los talleres a los bajos de la casa de la Plaza Nueva, donde nació mi madre. Allí, desde su periódico, se empecinó en la defensa Foral. Empezaron las multas y las suspensiones de El Euskalduna. En una suspensión definitiva le desterraron del país y se refugió con la familia en Madrid. Su salud y su fortuna se fueron menoscabando. Su pariente Gumersindo Vicuña, diputado por Valmaseda (Encartaciones) cuando mandaba Cánovas en Madrid y estaba en el poder, intentó apartarle de estas contiendas, en las que llevaba siempre mi abuelo las de perder. A mi madre le he oído contar que, en cierta ocasión, "el tío Gumersindo" le prometió, de parte de Cánovas, hacerle diputado a Cortes, si abandonaba aquella lucha estéril, foraliega y para él peligrosa, prometiéndole un buen porvenir político en sus filas conservadoras. Pero ya embalado en la lucha, todo fue inútil. Gumersindo Vicuña, tío carnal de mi madre, fue ingeniero profesor de Física matemática de la Universidad Central y fue con Cánovas, aparte de diputado de Valmaseda, Director de Rentas Estancadas. Yo recuerdo haber visto la firma de mi tío-abuelo en algunos billetes de Banco que conservaba mi madre; de otra parte, escribió una novela de Portugalete, titulada La carcoma. Pero murió joven, con poco más de cincuenta años, cuando se decía que Cánovas le iba a nombrar ministro. Pero todos los ruegos y consejos de su pariente Vicuña fueron vanos. La lucha estéril se aceleró cuando suspendieron la salida de El Euskalduna definitivamente. Su salud comenzaba a dar los primeros síntomas de la enfermedad bronceada de Adisson. Entonces, enfermo y muy quebrantado en su economía, se trasladó a Madrid, donde fundó La Paz, para seguir su lucha Foral. Fue ayudado en la fundación del periódico La Paz por las tres provincias hermanas: Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Colaboró también en La Época, con el seudónimo de "Un vizcaizua". Pero iba ya barranca abajo. Después del decreto de Cánovas, que abolió las libertades forales vascongadas en 1876, mi abuelo quedó malherido en su alma y en su cuerpo. Tenía cuatro hijos: Manuela, Rosa -que luego fue mi madre-, Dolores y Miguel. Preparaba sus discursos y artículos en una habitación cerrada a cal y canto, fumando un cigarrillo tras otro, hasta hacer la atmósfera irrespirable, según mi madre. Era nervioso, impulsivo, y, mientras trabajaba, pasase lo que pasase, no permitía le interrumpieran. Al terminar su labor y abandonar la habitación había que abrir las ventanas para que se airease durante largo rato la estancia. Era alto, moreno, de mirada brillante, con hermosa melena peinada hacia atrás. En la fotografía que hay de él en la sala de la casa familiar en Portugalete está sentado, tiene un pantalón claro con una raya negra, todo a lo largo, y un levitín; las manos apoyadas sobre los muslos y está serio, sin sonreír. Deshecho en su físico y en su espíritu, el 17 de enero de 1879 moría en Madrid, en la calle Arrieta, muy cerca de donde está hoy la Real Academia de Medicina. La noticia corrió rauda por toda la colonia vascongada. A media tarde, estando de cuerpo presente mi abuelo, un hombre joven sollozaba casi pegando su cara al rostro del cadáver. -¡Ay ... quién nos defenderá ahora ... quién nos defenderá! -rugía. Una niña de cinco años, mi madre, le oía pavorecida. -¡Ay quién nos defenderá ahora ... quién nos defenderá!. .. El que así se lamentaba sollozante era el poeta Antonio Trueba. José María de Linaza escribió su necrología en El Correo Vascongado, y más tarde la recogió en su libro Recuerdos. He transcrito íntegro este cuento -recuerdo- de Juan Antonio de Zunzunegui. Lo he copiado de “El Cielo y la Ría”, en edición crítica de Mª Pilar Garcí Madrazo. Antonio Castejón. maruri2004@euskalnet.net www.euskalnet.net/laviana
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